Microrrelatos IES Santomera

La gaviota 

La hermosa gaviota se posó sobre la rama seca.Ya poco quedaba de su belleza: ojos enrojecidos, plumas desgastadas. No pudo salvar a sus crías, pues era demasiado tarde. Se acomodó las alas y echó la mirada hacia la izquierda: una gran ola de humo, ni rastro de otros animales. No recuerda cuándo fue la última vez que vio a un humano, aunque no los echaba de menos. Su lágrima calmó el ardiente calor del árbol y su graznido de dolor resonó en la desierta costa. A su derecha, el Mar Menor convertido en una densa capa de plásticos y animales sin latido. Se dispuso a echar su último vuelo, en el que recordó cuando sobrevoló por primera vez sus aguas, cuando podía observar el atardecer en armonía. ¡Todos guardamos recuerdos de este tipo para resucitarlos en los momentos en que ya no se pueden reconstruir!

Paula Serrano García 2º BACH. A

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El lamento de Aqua

Desperté en mitad del bosque, desorientada, afligida. Se podía oír una suave melodía que bañaba el espeso bosque. Comencé a seguirla y con la cercanía pude apreciar que eran quejidos. 

Una sensación de ahogo me hacía unirme a esa música. El aire estaba repleto de humo y ceniza; no se podía respirar. Fijando la vista, pude sentir el horror de apreciar cómo arrancaban hasta la última brizna de hierba, de cómo mis hijos eran asesinados, impidiendo oír nuevamente sus graznidos, sus zumbidos, sus cantos… 

Pude verme a mí misma sucia, llena de porquería y muerta. Con mi reflejo agonizando y suplicando ayuda. 

De lejos escuchaba una dulce voz que me llamaba: 

- Vamos, Aqua, levanta o llegarás tarde a trabajar. Y, créeme: ¡te necesitan para vivir! – dice riéndose, mientras ve a su pequeña hija agotada de tanto luchar por depurarse. 

- Ya voy, madre Terra. Solo tuve un mal presentimiento de lo que pasará si todo sigue igual – dije con voz cansada.

Andrea Franco Calderón 2º BACH A

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Lágrimas saladas 

Me ahogo con el nudo atado a mi garganta, que ya ignoro si es de tristeza por la melancolía que me trae el recuerdo de miles de vidas fallecidas en la oscuridad de mi corazón llamado océano. Un triste recuerdo de una dura realidad que me carcome hasta la sien inclusive, o por el plástico que me asfixia, como una mano dominante que aprieta sin cesar y sin piedad mi débil yugular, dejándome totalmente sin oxígeno, matándome lentamente. Mientras, veo a las personas disfrutar de las orillas de mis playas, ignorantes de que algún día esas costas estarán llenas de montañas de bolsas, basuras y plásticos que ellos mismos dejaron allí; despreocupados como niños que son inconscientes de lo que hacen, a los que solo les importa su propia felicidad y disfrute, sin pensar en el sucio futuro que les espera a ellos y a sus hijos, que al igual que estos, se convertirán en esos niños ignorantes que tanto daño me hacen. 

Natalia Simoes Sarrias 3ºC

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Los recuerdos de Juris

Cada vez que Juris contemplaba el mar sentía dolor en el pecho. Una punzada profunda en el corazón. Cada día, el hombre de setenta y tantos años se sentaba a las orillas de aquella playa del Mar Menor. A la misma hora, en el mismo lugar, durante el mismo tiempo. Observaba fijamente el agua contaminada del lugar, el agua que para él estaba repleta de recuerdos. En ese mismo lugar conoció a Estela, su difunta esposa. Allí pasaron todos sus aniversarios, sin excepción alguna. También recordaba ver años después a sus hijos correteando sobre la arena, en las orillas del mar, divirtiéndose en largos baños y obligándolos a participar a ellos. ¿Por qué ahora sentía tanto dolor al ver esas aguas? ¿Qué era lo que había cambiado? Juris sentía que su vida había estado conectada al que, algún día, fue un hermoso mar. Todo se había contaminado. Todo lo que le gustaba, lo que le hacía estar sano, se había desvanecido. Ahora solo deseaba con ansias limpiar su corazón; deseaba que limpiaran el corazón de los dos. 

Sarái Pérez Alcázar 3º ESO C

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El Mar Menor, siempre contaminado

Hoy es un día normal en la playa del Mar Menor. Ahora mismo estoy tumbado en mi toalla, tomando el sol. Giro la cabeza hacia el mar y veo un trozo de plástico en la orilla. Eso me hace recordar cuando yo era un niño de seis años. Era el año 2020 cuando había un virus llamado coronavirus. Tú estabas de vacaciones en esta misma playa que ahora, la Playa de Mar de Cristal. Un día, a mitad del mes de julio, bajaste de tu casa de la playa a bañarte. Estabas deseando meterte al agua y entraste rápidamente. Diste bastantes pasos y, cuando empezó a cubrirte, viste un pez dorado de unos veinte centímetros ¡Sus aletas estaban enganchadas en los hilos de una mascarilla! Cogiste al pececito y lo liberaste, desenganchándolo de esa basura. 

Al instante me levanto de la toalla y voy a recoger el trozo de plástico y me doy cuenta de que el mar Menor siempre estará contaminado, si no hacemos algo ya.

Lucía Sánchez Cano 2º ESO E

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Ayudar al Mar Menor
Seguro de ti mismo, andas por aquel prado, cerca de la costa, llena de peces muertos. Te sientes mal por todo lo que los humanos le han hecho al Mar Menor. De pronto, todos tus pensamientos se convierten en uno, en aquella figura espectral que te invitó a jugar a las cartas poniendo en juego tu vida. Tu única forma de salvarlo es ir allí. 

Ahí estaba el portal. Entras y rezas por tu vida. Andas por el tenebroso bosque hasta encontrar la cueva. Al hallarla, entras y caminas por la negra oscuridad y ves a aquella sombra. Tu vida estaba en peligro otra vez. Empieza la partida. Robas y consigues una ardilla, dos lobos y un elefante. Sacas los dos lobos como pareja. Él saca un mamut que acaba rápidamente con la vida de tus lobos. Robas un tigre y lo sacas, derrotas al mamut. Él saca una zarigüeya a la que reaccionas con tu elefante. A los dos os queda una vida, pero la suerte no está de tu lado, ya que acabas perdiendo y no solo la partida, sino también la vida. Solo por tu obsesión de ayudar al Mar Menor.

Jesús Ibáñez Navarro 2º ESO E

Ganadores del concurso de microrrelatos del IES Poeta Julián Andúgar de Santomera