Ingeniero técnico agrícola, licenciado en Ciencias Ambientales y miembro del grupo de coordinación de Pacto por el Mar Menor
Si pudiéramos retroceder en el tiempo y nos dieran la oportunidad de enmendar los errores cometidos, ¿qué piensan ustedes que haríamos?, ¿planificaríamos el desarrollo urbanístico desde un punto de vista integral, teniendo en cuenta el impacto de esa actividad sobre el medio ambiente?, ¿desarrollaríamos una agricultura y ganadería basadas en la conservación de la fertilidad del suelo?, ¿promocionaríamos un turismo enfocado a la conservación del patrimonio natural y cultural otorgando el protagonismo a la comunidad local?... ¿Lo haríamos...?
Casi con total seguridad volveríamos a caer en los mismos despropósitos por acción u omisión. Porque seguiríamos dependiendo del enfoque de los que tienen el poder de legislar, planificar y gestionar, y seguiríamos empeñados en considerar el Mar Menor como un «sistema socioeconómico», término que no es sino un disfraz prestado del antropocentrismo tecnocrático que considera al hombre independiente de la naturaleza.
La realidad es que el Mar Menor es un ecosistema, entendido de modo global, dentro del cual interaccionan los ecosistemas parciales (climáticos, geológicos, vegetales, humanos, animales, económicos, sociales, tecnológicos, políticos) entre los que no hay barreras absolutas, sino interdependencias. Un ecosistema del que se ha abusado confiando en la capacidad de autorregulación de la laguna. Sin embargo, cuando intervienen varios factores, algunos de ellos externos y difíciles de controlar, el equilibrio empieza a desmoronarse.
Primero, con la apertura en los años setenta del canal de El Estacio (primer gran motor del cambio antrópico en la laguna), se produce una entrada y amplio desarrollo de macroalgas mediterráneas, que modifican las comunidades de plantas marinas existentes de fondos arenosos. Posteriormente, llegan las medusas atraídas por la abundancia de fitoplancton, del cual se alimentan, debido a la alta concentración de nutrientes procedentes de los fertilizaciones agrícolas. Se produce un aumento y extensión de los fondos fangosos alimentados por sucesivas lluvias torrenciales que arrastran sedimentos, debido a una mala planificación de los drenajes pluviales en los desarrollos urbanísticos. Se construyen diques y puertos deportivos, ampliándose los ya existentes; se rellenan las playas de arena procedente de otros lugares; se vierten fármacos y plaguicidas a través de ramblas y canalizaciones; los residuos mineros del pasado llegan también arrastrados a la laguna con cada lluvia,... Y todo esto, unido a un cambio climático antropogénico, ha hecho que las aguas del Mar Menor hayan cambiado su transparencia por el actual color verde.
¿Qué esperábamos?, esa presión no hay ecosistema que la aguante. Ni siquiera colocando la coletilla 'sostenible' a aquellas actividades que han provocado esta situación. Negar la evidencia empírica es un requisito previo al postureo. O hay un cambio de modelo y afrontamos un nuevo paradigma o no hay solución.
Es evidente que el Mar Menor no tiene sentido actualmente sino en su relación con el ser humano, pero no debe ser una relación de abuso o esquilmo. Mucha gente no sabe lo que está ocurriendo, no es verdaderamente consciente del problema y de su trascendencia, la mayoría considera preferible «esperar y ver». Pero los ciudadanos tenemos una elevada responsabilidad y con frecuencia nos resistimos a aceptar los cambios necesarios.
Hay que exigir más inversión en control y corrección de la contaminación, en investigación, vigilancia y protección ambiental, en control y seguimiento de indicadores ambientales, en educación, y una legislación que revierta la situación del Mar Menor a su estado anterior.
Es verdad que la ciencia es incapaz de predecir el Mar Menor que vendrá, porque depende en gran medida de las decisiones que, individual y colectivamente, tomemos. La historia está en nuestras manos. No hagamos que esto siga siendo «la tragedia de los comunes».
Casi con total seguridad volveríamos a caer en los mismos despropósitos por acción u omisión. Porque seguiríamos dependiendo del enfoque de los que tienen el poder de legislar, planificar y gestionar, y seguiríamos empeñados en considerar el Mar Menor como un «sistema socioeconómico», término que no es sino un disfraz prestado del antropocentrismo tecnocrático que considera al hombre independiente de la naturaleza.
La realidad es que el Mar Menor es un ecosistema, entendido de modo global, dentro del cual interaccionan los ecosistemas parciales (climáticos, geológicos, vegetales, humanos, animales, económicos, sociales, tecnológicos, políticos) entre los que no hay barreras absolutas, sino interdependencias. Un ecosistema del que se ha abusado confiando en la capacidad de autorregulación de la laguna. Sin embargo, cuando intervienen varios factores, algunos de ellos externos y difíciles de controlar, el equilibrio empieza a desmoronarse.
Primero, con la apertura en los años setenta del canal de El Estacio (primer gran motor del cambio antrópico en la laguna), se produce una entrada y amplio desarrollo de macroalgas mediterráneas, que modifican las comunidades de plantas marinas existentes de fondos arenosos. Posteriormente, llegan las medusas atraídas por la abundancia de fitoplancton, del cual se alimentan, debido a la alta concentración de nutrientes procedentes de los fertilizaciones agrícolas. Se produce un aumento y extensión de los fondos fangosos alimentados por sucesivas lluvias torrenciales que arrastran sedimentos, debido a una mala planificación de los drenajes pluviales en los desarrollos urbanísticos. Se construyen diques y puertos deportivos, ampliándose los ya existentes; se rellenan las playas de arena procedente de otros lugares; se vierten fármacos y plaguicidas a través de ramblas y canalizaciones; los residuos mineros del pasado llegan también arrastrados a la laguna con cada lluvia,... Y todo esto, unido a un cambio climático antropogénico, ha hecho que las aguas del Mar Menor hayan cambiado su transparencia por el actual color verde.
¿Qué esperábamos?, esa presión no hay ecosistema que la aguante. Ni siquiera colocando la coletilla 'sostenible' a aquellas actividades que han provocado esta situación. Negar la evidencia empírica es un requisito previo al postureo. O hay un cambio de modelo y afrontamos un nuevo paradigma o no hay solución.
Es evidente que el Mar Menor no tiene sentido actualmente sino en su relación con el ser humano, pero no debe ser una relación de abuso o esquilmo. Mucha gente no sabe lo que está ocurriendo, no es verdaderamente consciente del problema y de su trascendencia, la mayoría considera preferible «esperar y ver». Pero los ciudadanos tenemos una elevada responsabilidad y con frecuencia nos resistimos a aceptar los cambios necesarios.
Hay que exigir más inversión en control y corrección de la contaminación, en investigación, vigilancia y protección ambiental, en control y seguimiento de indicadores ambientales, en educación, y una legislación que revierta la situación del Mar Menor a su estado anterior.
Es verdad que la ciencia es incapaz de predecir el Mar Menor que vendrá, porque depende en gran medida de las decisiones que, individual y colectivamente, tomemos. La historia está en nuestras manos. No hagamos que esto siga siendo «la tragedia de los comunes».
Artículo publicado en La Verdad el 17 de mayo de 2016