Querida Laguna

Mariano Sanz Navarro
Integrante de Pacto por el Mar Menor

Hace ya tantos años que la memoria se llena de boria…
En Lo Pagán, ‘La Salustiana’, un colmado universal donde las madres enviaban a chiquillos en bicicleta para comprar artículos imprescindibles, desde el pan hasta el ‘flit’ de las moscas. Un largo descampado hasta Villananitos, con modestas viviendas de veraneantes diseminadas a largos trechos, el Castillo de Trucharte, el tabuco de ‘Cruz la Negrilla’, reposo de marineros descalzos al amor del vino dorado de Cartagena, en grandes vasos, a palo seco; el molino de Quintín, a lo lejos, el de La Calcetera apenas entrevisto en las mañanas de neblina, cuando los zagales madrugadores se afanaban a la caza de cangrejos. Enfrente La Manga, plana y silvestre, asiento de gaviotas, cormoranes y flamencos, reposo de pescadores que, tras levantar las redes, se aplicaban al rustico Caldero con sobras de la caza. La encañizada, preñada de alevines y galupes, las islas, vírgenes, al fondo…

En La Ribera, la gente pudiente, con casas discretamente ostentosas; en Los Alcázares, el Carmolí y Los Urrutias, pocos veraneantes de alpargata, que proporcionaban una alegría efímera al escaso comercio de una población deprimida el resto del año.

El Mar Menor: un paraíso rústico en el que los caballitos de mar flotaban perezosos, creyéndose inextinguibles, y los pescadores navegaban en menudas embarcaciones de vela latina buscándo un magro sustento.

Con el progreso llegó el disparate: el veraneo al alcance de todos de forma indiscriminada y salvaje, como si los recursos fueran inacabables, como si la naturaleza no mereciera el respeto de un bien perecedero. Devoremos el capital si no tenemos bastante con las rentas. Los que vengan detrás, que arreen.

Crecieron las edificaciones como hongos malsanos. La Manga se puso de moda, cartageneros, murcianos y madrileños acudieron en tromba. Edificios monstruosos hasta la orilla del mar atormentado; un puerto de gran calado para barcos que, en un acelerón se salen de esa mar chica, vida nocturna de Cabo Palos y una Venecia menuda y pretenciosa, imposible. El progreso, la contaminación, el desastre ecológico para dejar a las generaciones venideras; los emisarios y la porquería diseminada en las aguas azules que mata los peces, ramblas con vertidos de metales pesados, espigones artificiales y arenas traídas de no se sabe dónde, tanques de tormentas que nada arreglan, medusas de las que hay que proteger a los bañistas con kilómetros de redes…

¿Irreversible? Nada es irreversible, siempre se está a tiempo. Tomemos conciencia de los errores cometidos, con humildad y decisión. Nunca es tarde. Los varios municipios costeros tienen la obligación de coaligarse en un frente que empuñe la batuta y nosotros, ciudadanos de a pie, dueños del bien común, la de presionarlos para detener –y revertir- tanto disparate.

El Mar Menor es uno de los mejores activos de nuestra región, muchas iniciativas deportivas lo atestiguan. Es lugar plácido para embarcaciones sin estruendo, para competiciones de remo y vela, para el reposo familiar en las playas artificiales, para el paseo sosegado en atardeceres inigualables.

Aún estamos a tiempo. Iniciativas como el Pacto por el Mar Menor, lo atestiguan.