Territorios de sacrificio Esteve

Hoy, como cualquier otra jornada en nuestra Región, celebramos el Día del No Medio Ambiente, como diría el sombrerero loco de 'Alicia en el País de las Maravillas'. Un día más de meses y años de No Medio Ambiente en una Región que es, para nuestra vergüenza como murcianos, la más genuina geografía de los espacios ambientalmente sacrificados.

He asistido por desgracia y en primera línea a muchos de estos desastres ecológicos, la inmensa mayor parte deliberados y siempre evitables. Siendo un crío, en los primeros años setenta, acompañé al río Segura en su lecho de muerte. A la entrada de la ciudad de Murcia, los barbos daban sus últimas bocanadas, panza arriba, respirando a duras penas la fina película superficial que aún contenía algo de oxígeno. Tengo clavado en mi memoria el cambio en el olor del río, de un río vivo y fresco a otro pútrido y vomitivo. Las aguas contaminadas por las conserveras y por los núcleos ribereños se repartieron sin inmutarse el sinsentido de este sacrificio. Acompañaba al río moribundo, como pareja inseparable en el destino, una huerta de Murcia cada vez más encementada.

En esos años setenta visitaba frecuentemente con mis padres la bahía de Portmán, para pasar un rato pescando en la playa del Lastre, buscar caracolas y terminar comprando un rancho de pescado en el Raja. Aún no se había colmatado del todo la bahía. Con trece años miraba atónito el chorro de estériles, masivo y potente con su tarea ciega e irrenunciable de acabar cuanto antes con este rincón privilegiado del Mediterráneo y con el futuro de sus gentes, todo ello con los cráteres mineros a mis espaldas. Buceaba entonces por las aguas del Mar Menor, no salía de ahí en todo el verano, y viví los cambios erráticos en los fondos de la laguna derivados de la apertura del canal del Estacio –la causa la supe años después–, obra final de la súbita desnaturalización de los arenales de la Manga y de las condiciones primigenias de la laguna, sacrificados en aras de un desarrollo urbanístico que casi de inmediato se tornó insostenible.


La Red Natura 2000, en manos de nuestros políticos más trileros, supuso 

la desprotección de 11.500 hectáreas



Ya a finales de los 70, tras crear con algunos compañeros universitarios un grupo ecologista, respiré en demasiadas ocasiones el aire tóxico de Cartagena. Atmósfera, suelos contaminados y salud pública de toda una generación sacrificados en virtud de un crecimiento industrial estúpida y fatalmente mezclado con el desarrollo urbano de esta ciudad milenaria. La situación en los barrios más desfavorecidos era incluso peor. Las injusticias ambientales y sociales suelen ir unidas.

En los 80 tuvimos el primer respiro, evitamos nuevos espacios de sacrificio que parecían imposibles. Paramos la urbanización de los arenales y salinas de San Pedro del Pinatar, después la urbanización de Calblanque, lucha de la que me siento especialmente orgulloso, y apoyamos los primeros pasos de los concejales de Lorca para que Puntas de Calnegre tampoco fuera urbanizada. En 1981, aún como estudiante, redactamos el primer catálogo de espacios protegibles en la Región de Murcia. La dura batalla de Calblanque en 1987 tuvo un resultado inesperado, la creación de la Agencia Regional para el Medio Ambiente y la Naturaleza, la unidad de gestión ambiental en la Comunidad. En algún momento habrá que reconocer el papel de aquellos pioneros del compromiso ambiental.

Ya como investigador del área de Ecología viví la transformación del Campo de Cartagena tras el Trasvase Tajo-Segura. Y empecé a notar cambios en los humedales periféricos del Mar Menor. Estos cambios eran ya evidentes en los inicios de la década de los 90. Redactamos entonces la Ley de Ordenación y Protección del Territorio, con la que incorporamos a la red espacios tan singulares como las islas del Mar Menor y los humedales de la laguna, Cenizas y Peña del Águila, Cabo Tiñoso-La Muela, la Sierra de Las Moreras, Cabo Cope-Calnegre y Cuatro Calas, en el límite con Almería, con varios paisajes del río Segura y sierras del interior como Carrascoy-El Valle, El Carche o Gebas. Fue todo un paso adelante. A principios de esa década se paró la explotación en la Sierra Minera y Portmán, uno de los espacios más profundamente sacrificados que pudo reformular entonces su destino, aunque aún no lo ha logrado y su huella tóxica sigue activa. Somos verdaderamente un desastre. A mediados de los 90 se empezaron a observar explosiones masivas de plancton gelatinoso –medusas– en el Mar Menor. Cinco años después había más de 80 millones de medusas nadando en la laguna. Avisamos a las administraciones de las causas más probables. Realizamos los primeros modelos matemáticos para explicar la entrada de nutrientes que provocaba la eutrofización incipiente del Mar Menor. El diagnóstico era claro. El Mar Menor se nos moría atragantado de tantos nitratos y fosfatos procedentes de un sector agrario insensible e hipertrofiado. La Administración lo negó todo. Inaugurábamos un futuro espacio de sacrificio, quizás el más grave y sangrante de nuestra historia reciente, pues ya disponíamos de todo el arsenal normativo en medio ambiente y de información científica suficiente para haber intervenido de inmediato.

Los años dos mil fueron frustrantes. La iniciativa europea de la Red Natura 2000, en manos de nuestros políticos más trileros y desalmados, supuso de facto la desprotección de 11.500 hectáreas de espacios naturales en la Región de Murcia. Todo era urbanizable, la burbuja inmobiliaria se activó y nació en respuesta Murcia No Se Vende. La Región era poco más que un inmenso solar a la espera de los correspondientes chalets, piscinas y campos de golf. Intentos de urbanización en la Zerrichera, Lo Poyo, algunas partes de Calblanque y sobre todo la Actuación de Interés Regional de Marina de Cope, un macroproyecto urbanístico, faraónico e injustificado. Fueron años de muchos recursos jurídicos, documentos técnicos y manifestaciones, especialmente sobre Marina de Cope. Viví muy de cerca el recurso ante el Tribunal Constitucional. Tardó 11 años para un fallo que era de primero de Derecho. Comprendí que este tribunal, al menos en esta ocasión, había estado demasiado cerca del poder político y económico y esperó a que la burbuja inmobiliaria explotara. Todo se retrasó con la esperanza de que el proyecto se pudiera consolidar por la vía de los hechos, con independencia de nuestros derechos ciudadanos y los fundamentos más básicos de la seguridad jurídica. Otra vergüenza mayúscula. Cuánta falsedad. Once años de un trabajo colectivo e inmenso daban fruto. Otros espacios de sacrifico salvados de momento.

La década siguiente, aunque inaugurada con la crisis económica, es sin duda la década del colapso definitivo del Mar Menor. A finales de 2015 nuestro espacio natural más preciado, de aguas limpias y cristalinas, y el negocio económico más importante de la Región, se tornó turbio y asqueroso. Habíamos logrado sacrificar nuestro espacio costero más singular. Nos había costado más de treinta años pero por fin, podíamos añadir a nuestra enorme colección de desastres ambientales el Mar Menor, el colapso de todo un ecosistema y de su economía. Todo un triunfo para esta Murcia del No Medio Ambiente. De unas administraciones que reducen y reducen los recursos humanos y los controles ambientales, que los consideran innecesarios, un estorbo incómodo para los negocios. Y en eso estamos otra vez, en este caso la excusa son los fondos europeos. Fuera todos los contrapesos ambientales, hagamos dinero a corto plazo, socialicemos los costes, todavía hay territorios que explotar y sacrificar, tenemos el Noroeste y el Altiplano para expandir nuestra agricultura esquilmante, nuestras macrogranjas de porcino o para especular con nuestros parques solares monstruosos e impactantes. Siempre habrá migajas que repartir, aunque las facturas ocultas, los territorios sacrificados, las deudas ecológicas, sociales y con las generaciones futuras quedarán para siempre ahí. Tropecemos en la enésima piedra. En eso somos grandes especialistas.